viernes, 29 de junio de 2012

Anécdota: ¿Qué le pasa a Lupita?


En la viejoteca de canciones del género tropical me encontré con el mambo de Dámaso Pérez Prado titulado ¿Qué le pasa a Lupita? dice:
¿Qué le pasa a Lupita?
No sé
¿Qué le pasa a Lupita?
No sé
¿Qué le pasa a esa niña?
No sé
¿Y qué es lo que quiere?
Bailar
¿Y por qué ella no baila?
Su papá
¿Que dice su papa?
Que no
¿Que dice su mama?
Que si
Que baile esa niña
Si, si
Que baile Lupita
Si, si  

En alguna ocasión, fui director de una escuela primaria localizada dentro de una zona militar. Ahí la autoridad castrense imponía sus leyes y reglamentos por encima de la propia autoridad civil. Las autoridades educativas, como parte de la autoridad civil, debíamos regular nuestro actuar entorno a ese principio. Una de esas particularidades era lo concerniente al periodo autorizado para el registro de los niños dados de alta o baja según fuera el caso el cual se ajustaba a las circunstancias particulares de la población militar. Ellos marcaban sus propios tiempos y nosotros estábamos obligados a respetarlos. En esa zona militar se capacitaban a los batallones de infantería. De tal manera que la escuela se veía afectada por las diversas ocasiones a lo largo de un mismo ciclo escolar de los batallones que iban y venían a la zona mlitar.  En una de esas ocasiones, en la escuela donde “fingía” como director (perdón, fungía) se dio de baja cerca del 50% de la población y se incorporaron una cantidad mayor a quienes se habían retirado. Prevalecía un malestar generalizado por parte de los profesores por esta situación. Afortunadamente, esa vez, sucedió al inicio del ciclo escolar.

La maestra de segundo grado grupo “A” me refirió el caso de Lupita. Una niña con ojos vivarachos, muy despierta, inquieta pero con dificultad para socializarse así como para el aprendizaje. Esta escuela contaba con el servicio proporcionado por la Unidad de Servicios de Apoyo a la Escuela Regular (USAER). Le solicité a la pedagoga diagnosticara el nivel académico de la niña. Me confirmó la sospecha. Lupita tenía problemas de aprendizaje “muy serios”.

Con este resultado, le requerí a la psicóloga le realizará una valoración más profunda. Resultado de ello. Al parecer los problemas de Lupita eran más graves. Presentaba signos de autismo y se hacía necesario canalizarla al Centro de Atención Múltiple para su tratamiento. Lupita conversaba poco, no respondía cuando se le hablaba por su nombre, tenía baja autoestima, sin hábitos de orden y limpieza, ni para el estudio. Sus producciones escritas eran presilábicas. Se volvió cada día más introvertida hasta parecerse a la descripción de la canción de Cri Cri: escondida por los rincones temerosa que alguien la vea, platicaba con los ratones la pobre muñeca fea.

Ahora tocaba el turno a la trabajadora social. Le instruí a buscar y dialogar con los padres de Lupita, quienes eran militares y jamás acudieron a los citatorios enviados. Recurrí al Comandante de la Zona Militar y lo puse al tanto de la situación.  Los mandó arrestar y los presentó ante mí en la escuela.

Para entonces ya habían transcurrido varias semanas y con el tiempo era más notoria o se desarrollaba más la condición psicológica y educativa de Lupita. Preparé la reunión haciéndome acompañar del equipo de USAER. Intentamos explicarles a los papás del padecimiento de Lupita, sus repercusiones para su formación académica. Rechazaron nuestros argumentos y reiteradamente nos relataban el comportamiento en el hogar. Lupita era muy cooperativa en los quehaceres cotidianos y tomaba la iniciativa para ayudar a sus padres en tareas que implicaban escritura, lectura y cálculos matemáticos. Según sus padres, Lupita fue autodidacta, aprendió a leer y escribir sola, sin ayuda de nadie y por eso la inscribió en segundo grado a sabiendas que no había cursado el grado anterior. Y por supuesto tampoco había asistido a un preescolar. Era evidente una contrariedad entre el comportamiento manifestado por Lupita en la casa y en la escuela. Eran dos Lupitas diametralmente opuestas. Estábamos confundidos y no sabíamos realmente, bien a bien lo que ocurría. 

El algún momento de la conversación y como acto desesperado conduje a los papás al salón para que constataran ellos mismos la conducta de Lupita. Al verla arrinconada, cabizbaja, sin hacer nada, la mamá muy molesta jaloneó a la niña y la llevó ante nosotros. La regañó muy airadamente. Lupita reaccionó ante el hecho. Su respuesta la hizo en su dialecto. Sorprendentemente, Lupita se comunicaba en su lengua materna, no hablaba español: Aprendió a leer, escribir y realizar algunos cálculos matemáticos en su lengua nativa. Después de esta bochornosa situación, al día siguiente, me reuní con los especialistas de educación especial para reflexionar ante lo acontecido. Inicié preguntándoles ¿qué le pasa a Lupita?

El caso de Lupita es uno de tantos que podemos encontrar en el sistema educativo nacional. Hoy en día, el riesgo mayor de un niño en México es contar con el infortunio de reunir las características en su perfil de mayor vulnerabilidad: ser mujer; indígena; con alguna discapacidad psicológica, pedagógica o psicopedagógica; adolescente y embarazada. Su destino la condenará irremediablemente a la exclusión, la discriminación, la miseria económica y la pobreza cultural. Y, en gran medida, afectará la situación familiar (de sus padres y hermanos) y determinará en buena medida esta misma condición para sus descendientes. Este es uno de los retos mayúsculos que nosotros, en nuestro trabajo día a día como políticos, funcionarios, educadores y como profesionales de la educación en todo el sentido de la palabra debemos evitar poniendo las condiciones necesarias para prevenir, contrarrestar y erradicar este tipo de situaciones.

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